"Cuando oramos por un milagro, siempre sucede el milagro"

Orar es una prĆ”ctica poco comĆŗn en la iglesia contemporĆ”nea. ¿Cómo puedo afirmar eso? Porque somos la iglesia mĆ”s frĆ­a de la historia del cristianismo, somos el grupo de creyentes agarrados  con uƱas y dientes a las propiedades materiales. 

Somos la generación de hijos de Dios que le importa poco la casa de nuestro Padre, que apenas asistimos a las reuniones y si lo hacemos, entonces lo consideramos como suficiente. Hemos dejado de lado la correcta adoración para irnos tras las costumbres mundanas y confundir el gozo de la Salvación con las sonrisas que producen los saltos y aplausos. 

Somos la generación que no le importa la intimidad con Dios. Pocos de nosotros podremos compararnos con aquellos hombres que impactaban en sus mensajes, que atraĆ­an a miles enseƱƔndoles la cruz de Cristo, u su resurrección. Y justamente no somos comparables porque no tenemos la llama que es avivada en la intimidad con el Padre. 

Queremos milagros pero no a la Fuente de ellos. Queremos sanidades, pero al Salvador. Queremos bienestar pero no al Santificador. Queremos consuelo pero no obedecer la voz del Consolador (EspĆ­ritu Santo). 

JesĆŗs fue el hombre que fue, solo porque "iba al desierto", o "se apartaba". ¿Para quĆ©? Para hacer lo que tĆŗ y yo no estamos dispuestos a hacer: Orar. Para llorar lĆ”grimas de sangre o contemplar transfiguraciones. 

¿Y quĆ© decir del apóstol Pablo? Recuerdo cómo pide constantes rogativas y oraciones, cómo manda a orar en todo tiempo. 

¿Y quĆ© tal la oración humilde  de MarĆ­a mientras agradecĆ­a a Dios por el milagro que llevaba en su vientre? ¿Y Ana, que oró Ć­ntimamente con el Padre tantas veces hasta que su vientre tuvo ese gran fruto llamado Samuel?

SĆ­, mi hermano y hermana que lees esto. Es justo lo que  estĆ”s pensando. No somos  una iglesia avivada porque hemos abandonado la llama de la oración en privado para ir tras las luces  de los escenarios.

La mayorĆ­a de las veces cuando oramos por un milagro, siempre sucede un milagro: ORAMOS.

Pero no es mi intención desanimarte. Creo firmemente que esta lectura puede provocar una reconsideración espiritual. 

¿Hacemos algo?

Hagamos  un compromiso delante de Dios a regresar a la intimidad con Ɖl. A esos momentos bellos cuando susurramos esas palabras de amor a Ɖl mientras somos reconfortados en el silencio de  la maƱana, o de la noche.

Hagamos el compromiso de ser como el salmista cuando dijo: "Dios mío eres tú, de madrugada te buscaré".

SĆ­, como iglesia, como hijos, como creyentes, como esposos, como pastores, como padres, como ciudadanos, necesitamos intimidad con Dios. Definitivamente.


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